miércoles, 29 de octubre de 2008

El tuerto de Persépolis. ( dedicado a mi amigo Marucho F., cursante de Estetica ademas de creador, cultor y escenografo de la "dormidera del perro")







( relato parrillero)

...y si, medio en pedo los 2, decidimos intentar. Ella y yo, fuimos hasta Libertador, enfrente del parque y lo hicimos: finalmente bailamos la danza de los Derviches Aulladores. Parados frente a la columna Irania, íbamos como marca el rito, ataviados correctamente para la ocasion: largos vestidos blancos muy cerrados y calurosos que iban desde el cuello hasta los tobillos, en la cabeza, un gorro cilindrico forrado de terciopleo marrón. Ansiosos por comenzar, nos situamos frente al monumento persa solicitando la ventura de Zoroastro, para que él, en su infinita sabiduria persa y espectral nos permita traerlo. (Oh, Alejandro, y los sátrapas traidores , sus crímenes terminan hoy.¡¡¡¡). Nos situamos enfrentando las caras, manteniendo más de un metro de separación. Clavamos la vista de uno en los ojos del otro, cerramos los párpados y comenzamos a girar y girar en redondo, en vueltas concéntricas, con nuestros delantales blancos y largos hacíamos ondas inacabables, con ese sonido recio que hacen las telas tullidas, pesadas, al rozarse consigo mismas o con otras. La danza comenzaba. Dábamos vueltas alrededor de nuestro propio eje, sosteniendo el peso del cuerpo entero en uno de los pies que debía ponerse en punta. Con los brazos abiertos, en círculos, vehementes, extáticos, concéntricos, girabamos como feligreses de otras épocas, girábamos sobre un eje perfecto, el eje de la Tierra. Esta danza, casi perdida es peligrosa, nadie la domina del todo, nadie puede absorver su poder con un cuerpo humano, (¿pero con un cuerpo inhumano, un cuerpo sin organos?). Bue', -no corto el relato con elucubraciones propias y subjetivas-. De pronto, sin conciencia a causa del frenético ritmo del girar , fuimos arrastrados al extasis, sin dejar de dar vueltas e inclinando cada vez mas la cabeza sobre uno de nuestros hombros, gira, gira, (no yira yira), ahora si, aparecía el delirio inconexo, vislumbrante, enérgico, un rush de energía psico-kármica, colores, colores, mas colores. Ví primero luces alucinantes, luego un nítido pájaro, enorme, de oro y fuego, el símbolo del rey. Detrás del ave, que levantó subrepticiamente vuelo frente a mi dejando un fulgor de colores, apareció la figura desgarbada e inpresionante del Gran Rey: ohh Dario , eras tu¡¡¡¡¡ (cual de los Aqueménidas, no se). Dejamos la danza al percibirlo, ya no hacia falta. La ciudad parecía detenida, no emitía mas sonidos, pese al tráfico simepre intenso de Libertador y Figueroa Alcorta , no se oía nada. Pero las anchas avenidas no estaban detenidas, no, los autos aullaban como siempre, era evidente, sin embargo, que no había ningún sonido, parecía que habíamos quedado sordos. Sordos¡¡¡¡¡-La puta madre me dije, me quedé sordo- ¡¡¡¡¡¡ Ella también lo percibía, histérica, asustada, me gesticulaba improperios, pero no podía escucharla. Ella no lo entendía y toda despeinada por tantas vueltas, algo me decía violentamente, le leí los labios- pelotudo, me dejaste sorda- hijo de puta, mogólico- . Mientras me arrojaba en la cara su gorro de tercipleo, (un breve arrebato uterino exaltado por la indecible bondad de Simone de Bouveaior). Yo trataba de explicarle que era lo mismo para mi, pero no habia caso, le leía otra vez los labios: Pelotudo, culpa de tu danza estoy sorda. Pero él, nos interrumpió con un gesto pacífico aunque de suprema autoridad. Levantó su brazo pidiendo calma. Era mas bajo de lo que yo pensaba, lo imaginaba mas alto, altísimo, sin embargo no lo era, muy moreno de barba larga y risada , vestía una túnica larga verde hasta los tobillos, tachonada con ribetes de oro en las mangas y en el alto cuello, con botones de oro en el frente y lineas doradas que formaban extraños simbolos cuneiformes en la tersa tela verde de su vestido real. Nos veía con curiosidad . Percibí, que su excelso vestir, no era nada en comparación con la energía rara que irradiaba su persona magnética y difunta. Prestancia y seguridad eran sus atributos, una conducta seguramente muy propia de los hombres destinados a mandar. Ello, le debía haber sido dado en el pasado, esa gracia y autoridad singular, segiramente le ha de haber dado el respeto instantáneo y reverencial como virtud, un impresion que debía inspirar en sus millones de subditos, vástagos de las mas arcanas regiones del Asia, conocedores del rey como una abstracción lejana y solo vívida en la vision de tétricos bajorrelieves en Ecbátana, Susa o Persépolis, capitales del viejo imperio . Trasuntaba paz y don de mando. Mirando a ambos lados, nos interrogó en un idioma que me parecía totalmente extraño aunque me instó a pensar en el innato proceder que me permitía dilucidar una lengua que yo mismo no sabía hablar. Eran sin dudas su atributos de finado. Habló finalmente, dijo :- Hijos mios- y ambos sentimos el indeclinable deseo de agacharnos ante tan magnánima presencia, estábamos recorridos por una extraña energía solemne. Sin embargo a pesar que mi acto era de sumisión, el de ella era distinto, era de libación. Una vez que el Gran Rey nos tocó las cabezas, cuando habiamos puesto las rodillas en tierra, ella estiró la mano y acercó la boca a la entrepierna real. Yo , vivo, rápido, le di un suave coscorrón en la boca, de revés. El rey, parecía no percibir detalles tan nimios para alguien de tan real condicion. Solo miraba los faroles de los autos impresionado. Lo invitamos a seguirnos , a ir a nuestra casa. Lo adoptábamos. Somos gente de doble apellido, rica, de estilo, ¿cómo no íbamos a darnos ese lujo?. Buscamos más vino por allí cerca, la gente en la calle nos miraba con rareza, se extrañaban ante tan singular personaje barbado y el atuendo raro de nosotros. Compramos y nos dirigimos al departamento , solícitos y recuperados de la sordera, que volvía a nosotros eventualmente cada vez que el rey quería dirigirnos la palabra, advertimos la despierta inteligencia del rey al caminar por calle, las preguntas de un hombre, son a veces genuinos distintivos de la inteligencia de un hombre. Le impactaban mas que nada las luces eléctricas de los faroles de las calles y el hecho de que una persona pudiera conducir un auto con tantas luces bellas que le distrajesen la atención. Intentamos subir por el ascensor, pero caímos en cuenta que el rey se sentía incomodo en la estrechez del cubiculo y nos bajamos en el 2do. piso. Subimos el resto del trayecto por las escaleras. Entramos, y cuando con ese gesto cotidiano, encendí la luz, Darío quedó deslumbrado, me instó, como gran jefe que era, que le enseñase tan excelsa magia. Lo hice, clik, y el hombre estuvo un buen rato jugando con las teclas de encendido que habían por todas las paredes de mi loft. Ya sentados, le ofrecimos vino, él , con gestos muy respetuosos , espirituales, agitaba el vaso . Brindó por su reino y por el supremo, alagó el vino, bebió moderado. Nos entreveramos en una charla larga de nimiedades, hasta que me preguntó el poder de nuestros ejércitos, cuantos hombres podíamos poner en pie de inmediato y cuan valientes eran nuestros hombres en batalla. Yo reí recordando las imagenes de 1982, pero no acababa de encontrar la manera de decirle que no tenia, ni puta idea. Creo que el me pensó poco hombre en ese momento. Luego preguntó cuan difícil era obtener agua, y ella, comedida, abrió un grifo para mostrarle. Darío no cabía en su sorpresa al ver el precioso liquido manar de la canilla, no atinaba a tocarlo por miedo a romper algún mágico hechizo. Cuando nos sentamos otra vez, el me auscultó sobre las costumbres del país, le hablé del asado , y del circo máximo, una cancha de fútbol. Decidí invitarle con asado, tenia carne, tenia vino y tenia a un Rey en casa, al Gran Dario, rey de reyes. Encendí el fuego en mi balcón terraza, él salió al patio para maravillarse con las luces que desde la altura se veian a raudales . Luego explicó que tanta belleza solo podia compararse con las mujeres persas y galante, alagó la belleza de ella y lo excelso del mundo que veía por primera vez. Le parecía todo sorprendente. Seguía pensado todo, tratando de comprender todo, absorver la informacion como la rena del deseirto de Gobi absorve el agua. Así, me consultó por esas carnes tan raras que yo ponia en la parrilla, los chinchulines y las mollejas, le explique su procedencia y que eran realmente, me advirtió que serían seguramente excelentes manjares, dije que si. Ella,seguía mirándolo lasciva. De pronto divisé el porqué, se advertía un bulto grande y pronunciado , marcado en la tela verde del atuendo real a la altura de la cintura, era indudablemente el Rey, el rey de los dotados. Nervioso apuré el asado, ella le hablaba mientras sorbían mas y mas vino, sentí la risa profunda, recia del rey, ¿se la está levantando el barbita ?. Que hija de puta ¡¡¡ Seguimos dialogando en el patio y el rey nos advirtió algo, dijo ( y acá cito sus palabras textuales): la traicion a una confianza es el peor de los pecados, se trasunta allí mismo la destrucción de la inocencia, la mayor de las virtudes. Al oírle, pensé que el vino le había pegado un poco, ya lo odiaba un poquitin, en eso, ella pasó por delante de ambos, y deslizó sus nalgas en el bajo vientre del rey, parado junto a mí, Darío pareció no prestarle atención. Yo ya estaba furioso. Los vasos pasaban, las risas seguían y yo creía firmemente en el regicidio. Otro brindis y el adujo la misma frase: la traición a una confianza..... ella mas y mas flirteaba , el mas y mas fruncía el entrecejo. De pronto, el momento fatídico, en un gesto muy nacional le invité a probar el asado, como había preguntado, le ofrecí probar los chinchus, él acercó la cabeza a la parrilla, incóse un poco, se tomó la barba para no mancharse ( la misma le llegaba casi al pecho) . Y ese momento (lo llevo tatuado en la mente) ; en ese instante, al agacharse a probar, cuando hundí el cuchillo en la yerta carne del chinchu, un proyectil, un chorro de grasa candente impactó justo en el ojo izquierdo del Gran Rey, la achura había estallado, no era la primera vez que algo así pasaba, pero yo en un instante, una fracción de segundo, imaginé el triste final que se nos acercaba. Su grito atronador hizo temblar la tierra, oscureció la noche de luna llena, detuvo la Tierra. El hombre, estalló furioso, con esa rabia incontenible, irascible y perpetua que solo puede ostentar un gran rey. Sus rostro era una mueca oscura impenetrable, una máscara de castigo, una escultura de la hiel. Clamó obediencia, nos incamos ante él, el asado crepitaba. Se cuadró como un hombre de su jerarquía, como el dueño del mundo, sacó la mano de su ojo izquierdo. Un boquete negro y tétrico quedaba adonde antes hubo un ojo bello y penetrante, ahora, ese rostro, sencillo pero profundamente serio y barbado, símbolo de seriedad, de respeto y templanza, era una mueca de enojo y sinsabor. Sin embargo en este presente, ante ambos, ante quienes lo habíamos invocado en una noche de excesos e irresponsabilidad, nos dijo..... la laxitud de conciencia, el ahogo de los sentidos es imperdonable cuando raya el egoísmo impropio del hombre recto, os condeno al peor de sus miedos..... Dicho esto, comenzó a difuminarse , a transformarse su figura real en vapor, desapareció. El castigo se efectivizó lentamente, poco a poco. Mi cabellera de Alejandro Magno, de Claudio Paul Caniggia desapareció en menos de una año, ahora mi cabeza es igual a una bola de pool, ella, sigue soltera, y lo será para siempre.

2 comentarios:

Felisa Moreno dijo...

Hola,
Me pasé por aquí y prometo leerte en cuanto pueda imprimirlo, me cansa mucho leer sobre fondo negro.

Un saludo

Anónimo dijo...

Desde ya que no hay palabras para agradecer tan magnífico regalo. Amigo, me siento demasiado honrado. Años hace que nos conocemos y cada día sorprende más. Nunca afloje.